LA REALIDAD REAL

Fotografía: Sascha Düser

En este espacio, reproducimos (con el único ánimo de inspirar a nuestros eventuales lectores) un texto de uno de los directores con el que más nos identificamos en la forma de entender el cine, la realidad, sus lazos y tensiones, Fernando León de Aranoa. El escrito expresa en gran medida la manera en que entendemos nuestro ejercicio narrativo.

 

“La realidad real

Por lo que se ve y cuentan los libros de ciencias naturales, las nubes pueden ser de cuatro tipos atendiendo a su forma: cirros, cúmulos, estratos o nimbos. Esta clasificación se nos revela en el colegio, cuando uno tiene entre diez y doce años, y como tantas otras clasificaciones que se nos revelan en el colegio, contradice un montón de cosas. Hasta ese momento las nubes, atendiendo a su forma, podían ser de muchos más tipos. Podían ser balones pinchados, maletas abiertas, soldados bailando… Podían ser lo que uno quisiera que fueran. De la imaginación de cada cual dependía ver en las nubes balones, maletas o personas. Una cosa es segura: nadie veía cirros, cúmulos, ni nada parecido.

Y es que cuando uno es pequeño, mirar las nubes es un juego, no una asignatura. Un juego al que se jugaba tumbado en la hierba del parque, con los amigos al lado y mirando hacia arriba, hacia el cielo; en realidad un juego muy parecido a ir al cine. Porque en el cine pasa lo mismo. Aunque todos vemos las mismas nubes, cada uno interpreta una cosa distinta.

Todo esto tiene que ver con la mirada. La mirada que tenemos sobre las cosas es lo más importante, más importante incluso que las propias cosas. Es lo que vemos en ellas lo que tiene importancia, no lo que son.

Cuando uno es un niño, tiene mirada. Mirada propia. Después, en el colegio, te cuentan que las cosas no son como tú quieres verlas. Todo se iguala, se uniforma, y no me refiero sólo a la ropa. En el colegio, las hojas sólo pueden ser alveoladas, dentadas o lanceoladas, los ríos glaciares o pluviocaudales, las consonantes palatales, oclusivas, labiodentales… Pero lo peor, con diferencia, es lo de las nubes. Uno crece alegremente, viendo maletas abiertas en el cielo, y señoras que fuman en pipa y futbolistas que rematan de cabeza, hasta que un día llega un listo que encima es maestro y te dice que no, que de futbolistas nada y de señoras menos. Que eso que ves en el cielo puede ser como mucho un estrato, un cúmulo, un cirro… pero nada más. Ni punto de comparación.

Hasta ese momento la mirada es libre. Es personal, propia de cada uno. Lo que es más importante, hasta ese momento la mirada es un juego, algo divertido. Como las nubes. Luego ya no. Luego ya pasan a ser acumulaciones espontáneas de vapor de agua en la atmósfera. Los niños saben mucho de eso, de lo que es divertido y de lo que no lo es. Nosotros no tenemos ni idea. La tuvimos una vez, pero se nos ha olvidado. Con la magia pasa algo parecido. Hoy sólo los niños creen en ella. Me refiero a la magia auténtica, a la de escenario y lentejuelas, a la que se hace con las cartas en la manga y el corazón en la mano. Magia con trampa y con cartón. Y con trucos, claro. A los niños les gustan mucho los trucos. Y no porque se los crean. Porque se los quieren creer, que es muy distinto.

No creo que el nuevo cine sea el que hacen «los nuevos», si es que los nuevos son los jóvenes, ni creo que sea el que más moldes rompa, el más transgresor, o el que más y mejores adelantos tecnológicos proponga. Creo que el nuevo cine es el que cuenta cosas nuevas. Eso no significa que las cosas en sí tengan que ser nuevas, sino que la
mirada sobre ellas lo sea. Las parejas se enamoran igual que siempre, salen de copas igual que siempre, discuten igual que siempre; los que se aman se aman igual que siempre y los que se odian, aun a su pesar, todavía no han encontrado nuevas formas de hacerlo. La diferencia a la hora de contarlo es la mirada. La mirada sobre las cosas. Si la mirada es nueva, ese cine será nuevo.

Hay quien espera del nuevo cine que rompa moldes y de los nuevos realizadores que revolucionen el lenguaje, que hagan hablar a sus personajes de la forma más inesperada y coloquen después la cámara en el lugar menos probable. El lenguaje cinematográfico está ya inventado. Como todos los lenguajes, tiende a estabilizarse. Y eso, aunque pueda parecerlo, no es malo. Se trata de un lenguaje esencialmente narrativo, como el escrito, como el hablado, y también como ellos necesita y adquiere una etapa de madurez. La experimentación es necesaria, pero prefiero pensar que no es en ella donde reside lo nuevo. Algo parecido sucede con las nuevas tecnologías. Complementan el lenguaje, le abren caminos, le tienden puentes, pero no lo revolucionan. A veces incluso nos hacen olvidar lo esencial, que es la mirada.

Un ejemplo. Ahora la realidad puede ser virtual o no virtual, es decir, real. Es su naturaleza lo que está en duda. Hasta hace poco hablar de realidad real podía resultar reiterativo e innecesario. Hoy, como los libros de ciencias naturales, nos vemos obligados a distinguir, a clasificar. Dentro de un par de años, a nuestros hijos les contarán en el colegio que la realidad puede ser de dos tipos, real o virtual. La virtualidad es como tocar las cosas pero sin tocarlas. Tiene algo de videojuego con pretensiones, de imitación a la vida, de vale a cuenta. Y algo más de misterio eucarístico, de acto de fe. Ves las cosas aunque no estén allí, y crees en ellas. Puedes caminar por la selva sin mancharte las botas o correr en Le Mans sin jugarte la vida, en eso consiste la virtualidad. En sentirnos tan bien como un niño con zapatos nuevos, cuando lo que de verdad nos gusta es caminar descalzos.

La realidad real, sin embargo, tiene muchas más ventajas. Es más barata, más creíble, y lo que la hace más hermosa, se puede compartir. Para disfrutarla no hacen falta sofisticados equipos tecnológicos. Basta con salir a la calle y fijarse en ella. El día que nos demos cuenta de lo divertida que es esa realidad, el día que empecemos a disfrutarla, a considerarla en lo que vale, a la otra, a la virtual, se le habrá acabado el chollo.

A nuestro alrededor se producen todos los días las mejores situaciones, las escenas más conseguidas. Los actores que nos cruzamos en la calle, en las escaleras, interpretando a ejecutivos, vagabundos, jubilados y amas de casa, son los más naturales, los más creíbles en su papel. Hasta sus diálogos, para ser improvisados, son bastante buenos. La realidad es una producción de bajo presupuesto. Se proyecta todos los días alrededor nuestro, y para verla no hace falta entrada. Hace falta mirada.

Creo que para contar historias es necesaria esa mirada. Creo que no hay que creerse todo lo que a uno le cuentan en el colegio. Que las nubes son algo más que vapor de agua en la atmósfera y que los uniformes son aburridos y peligrosos. Los de vestir, y también los de pensar. Creo que realidad, como madre, no hay más que una, y que lo que importa es cómo la percibimos. Lo que cada uno de nosotros ve en ella. Si todos viéramos lo mismo, nadie jugaría a las nubes. O lo que es igual. Si todos viéramos lo mismo, nadie se dedicaría a hacer cine.

Lo nuevo es en realidad lo de siempre visto con otros ojos. Con ojos nuevos, claro. Escribir, contar historias —con un bolígrafo o con una cámara, tanto da—, es tener esa otra mirada. Es saber ver cosas nuevas en las cosas de siempre. Es ser público fiel de la realidad, aplaudir cuando la escena lo merezca, quedarse hasta el final aunque no
nos guste, aunque nos incomode lo que vemos. Es también mojarse, tomar partido, que la vida no es una función ni el mundo un gran teatro. En todo caso un gran cabaret en el que hay que participar, y cuando te invitan a salir, subir al escenario.

Creo que para contar historias hay que ser consciente de todo eso. Y hay también que ser capaz, a pesar de los años, a pesar del colegio y de los libros de ciencias naturales, de seguir viendo en el cielo balones pinchados, maletas abiertas, señoras que fuman, soldados bailando.”

(Tomado de: “Contra la Hipermetropía, textos reunidos”, Ed. Debate, 2010). Este texto forma parte del libro compilatorio “Contra la Hipermetropía” de Fernando León de Aranoa. Los derechos pertenecen enteramente a su autor y su editorial y aquí se comparten con fines estrictamente culturales y sin ánimo de lucro. El texto está disponible en fuentes variadas en internet como parte de las secciones que se pueden previsualizar pública y abiertamente).

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